miércoles, 27 de junio de 2007

Michelle Bachelet: Presidenta, mujer, madre y separada...



Michelle Bachelet la madre. Michelle Bachelet la presidenta. El dilema de si ambos roles son compatibles o no se instaló con fuerza esta semana en la conversación pública y privada. Una discusión que sólo puede levantar tanta polvareda en una sociedad que sigue midiendo a hombres y a mujeres con varas muy distintas.

Hagamos memoria. ¿Puso alguien el grito en el cielo cuando el entonces presidente Ricardo Lagos se tomó una semana de vacaciones para acompañar a su mujer que estaba enferma? "Qué tierno", "qué buen marido", fueron las expresiones que escuché en ese entonces. No recuerdo que nadie lo haya criticado diciendo que estaba faltando a su responsabilidad de cabeza de la nación.

Y cuando el mismo Lagos decidió suspender su visita a Holanda porque su madre se enfermó, dejando plantada a la reina y la cena de gala servida en el Palacio Noordeinde, ¿se le ocurrió a alguien siquiera sugerir que el mandatario estaba haciendo abandono de sus labores de Estado?

No, Lagos estaba cumpliendo con su deber de hijo.

¿Por qué este doble estándar? ¿Será que Lagos es hombre y Michelle es mujer?

¿Es posible gobernar un país siendo madre de tres hijos y separada? ¿Es posible ser madre "competente" y manejar los destinos de un país? ¿Es posible conciliar familia y trabajo?

Durante diez meses, los más álgidos de su campaña para llegar a La Moneda, seguí a Bachelet con una cámara y con los ojos y los oídos muy abiertos. Fui testigo de cómo en esa maratón que son las campañas políticas, donde con suerte se duerme seis horas diarias, se las arreglaba para siempre estar en contacto y a cargo de su familia.

Monitoreando a la distancia, en esos interminables recorridos por cada pueblo y ciudad de Chile, Michelle, la madre, llamaba de madrugada a su hija Sofía para que no se fuera a quedar dormida y llegara a la hora al colegio.

En Punta Arenas, con una agenda que no le daba respiro, se las arreglaba para comprar centolla fresca. Una caja para compartir con sus hijos en los tradicionales almuerzos de fin de semana y otra para llevársela de regalo a su madre.

Nunca la escuché quejarse por algo que hicieran o no hicieran sus hijos ni tampoco perder la paciencia. Cuando Francisca chocó en el barrio de Ñuñoa, manejando bajo los efectos del alcohol, Bachelet no dramatizó ni la sobreprotegió. "Es mayor de edad y tendrá que pasar por lo que viven todos los jóvenes chilenos que hacen lo que ella hizo".

Mientras los otros candidatos salían a terreno acompañados de sus hijos y hasta nietos, ella se hacía acompañar sólo por su equipo. "Este es mi trabajo, no el de ellos, y mientras pueda trataré que mis decisiones no les afecten su vida".

Pero su decisión le cambió la vida no sólo a ella sino también a su familia. Y hoy Francisca ni siquiera puede enfermarse en paz. Y su madre no puede cuidarla como cualquiera otra sin que ojos escrutadores juzguen si le toca ser madre o le toca ser presidenta, si tiene que estar haciendo guardia en la clínica o dando instrucciones en La Moneda.

¿Desde cuándo que un jefe para mandar tiene que estar en la oficina? ¿No es posible que la presidenta acompañe a su hija y a la vez continúe haciéndose cargo de las cosas importantes o urgentes desde la oficina de campaña que instaló en la habitación del quinto piso de la clínica?

Y si Bachelet hubiera sido hombre, ¿no habría estado día y noche al lado de su hija mientras no tuviera una mínima tranquilidad que nada grave le sucedería, más aún siendo médico y entendiendo demasiado bien los riesgos vitales de una trombosis?

Es válido que surjan inquietudes, porque estamos frente a algo nuevo. ¡Una mujer en el poder! Y qué poder, porque nuestro régimen presidencialista tiene algo de monárquico. No es por casualidad que a La Moneda la llamamos "Palacio". Y en ese sistema jerárquico y paternalista necesitamos que el padre -el rey- esté siempre presente. Pero resulta que tenemos reina y la reina también es madre y, además, es separada. O sea, no tiene pareja que se haga cargo de las responsabilidades que le corresponden como madre.
Para rematar, la enfermedad de Francisca sucede en un momento en que el estado de ánimo del país está razonablemente hipersensible a la ineficiencia estatal producto de esa inexcusable torpeza llamada Transantiago y hartado de los Chiledeportes y demases.

No nos engañemos: la llegada de Michelle Bachelet a la presidencia no es el resultado de una sociedad donde prima la igualdad entre hombres y mujeres. Es un hecho excepcional en un país donde lo público sigue siendo de dominio masculino. Miremos al Congreso Nacional: de 38 senadores, dos son mujeres. De 120 diputados, sólo 18. Nuestra representación parlamentaria femenina está entre las más bajas del continente.

Con el alboroto que se ha generado porque la presidenta también es y actúa como madre, uno podría aventurar que en amplios sectores no es valorado que las mujeres trabajen. Ni por los hombres ni por ellas mismas. Así lo ratifica un estudio realizado por el CEP: aparecemos como un país muy poco proclive al trabajo fuera del hogar de la mujer. De los 24 países cubiertos, ocupamos el lugar 23. Sólo Filipinas nos gana.

Somos los que más enfatizamos los costos familiares asociados a la decisión de salir de la casa. Así, ocho de cada 10 chilenos estuvieron de acuerdo con que "es probable que un niño en edad preescolar sufra si su madre trabaja" y en que "considerando todo lo bueno y todo lo malo, la vida familiar se resiente cuando la mujer trabaja tiempo completo". La balanza en negativo. Siguiendo con esa lógica, toda mujer que se entrega de lleno y triunfa en su carrera laboral, estaría condenada a ser una "mala madre".

Hace un par de meses el candidato demócrata a la presidencia de EE.UU., John Edwards, se enfrentó con una dura realidad. A su mujer -y compañera inseparable de campaña- le diagnosticaron un cáncer de mama incurable con metástasis en los huesos y el hígado. Edwards le dijo a la prensa que ambos seguirían trabajando tal como lo habían hecho hasta ahora. Los periodistas le preguntaron qué sucedería si Elizabeth empeoraba. El respondió que no dudaría en dejar sus compromisos de campaña si tenía que cuidarla a ella y a sus hijos, y agregó: "En cualquier momento y en cualquier lugar que yo deba estar con Elizabeth, ahí estaré. Punto".

María Elena Wood
Columna publicada en revista Qué Pasa, 16 de junio, 2007

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